Desde la Revolución Industrial, la sustitución de trabajo humano por máquinas ha sido motivo de resistencia, fenómeno que hoy se replica con la inteligencia artificial. Bill Gates planteó en 2017 que, si el trabajo humano está sujeto a impuestos, el realizado por robots también debería estarlo para financiar la formación y adaptación laboral. Este planteamiento fue criticado por entidades como la Federación Internacional de Robótica, que advierten que gravar las herramientas puede afectar negativamente la competitividad y el empleo.
El colectivo Cibercotizante y expertos han alertado que la digitalización puede afectar los ingresos de la Seguridad Social, por lo que recomiendan buscar nuevos mecanismos de financiación vinculados al uso de tecnologías. Se plantean diferentes escenarios, desde gravar directamente a los robots o a las grandes tecnológicas, hasta impuestos moderados para ralentizar la automatización y proteger prestaciones sociales. Las dificultades técnicas y legales para convertir a las máquinas en sujetos tributarios favoracen la opción de tributar a quienes sustituyen mano de obra con máquinas.
Las implicaciones van más allá del aspecto fiscal, pues se relacionan con cambios en el mercado laboral y la posible reducción de la jornada laboral para repartir el trabajo y mejorar la calidad de vida. El debate debe abrirse ampliamente y buscar el consenso, enfocándose en facilitar una transición beneficiosa y sostenible, evitando que sea simplemente un impuesto recaudatorio. Se espera que la Unión Europea pueda ser un ámbito clave para futuros desarrollos en esta materia.
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